15 de agosto de 2016

La chica y el chico

La chica estaba tumbada en el sofá, con los pies apoyados en el reposabrazos. Ahora la televisión estaba encendida y sus ojos estaban abiertos, aunque hace unos minutos se había hecho la dormida cuando habían tocado la puerta. Mejor pretender que no había nadie en casa.

El chico se zambulló en el agua. Había dejado la bicicleta en la acera antes de saltar a la arena y todavía tenía la ropa puesta. Sacó la cabeza para respirar y sintió una ola arrastrándolo de nuevo hacia la orilla. Nadó y nadó hasta tocar las boyas. Se sumergió de nuevo. Mejor pretender que no había nadie más en el mar.

La chica seguía ignorando los golpes que venían de la entrada y el chico continuaba hundiéndose sin hacer caso al socorrista que agitaba los brazos desde donde se encontraba hondeando la bandera roja. La chica se aburrió de cambiar de canales y encendió la música de sus altavoces para apagar el ruido de fuera y el chico empezó a nadar más rápido, más lejos.

Y resulta que el edificio estaba en llamas, pero el edificio no era nada más que una ilusión y las llamas no eran más que lágrimas. Y resulta que el mar estaba revuelto, pero el mal tiempo no era más que sus pensamientos y el socorrista no era más que su conciencia. Y resulta que los dos querían rendirse, los dos querían quedarse en casa y dejar que el fuego se lo comiera todo y los dos querían que el agua se los tragase y los ahogase hasta el fondo. Y resulta que la chica no era real y el chico tampoco, sino que eran imaginaciones mías.

Sí, sí, mías.

La chica eran mis ganas de cerrar las cortinas, acostarme en la cama y olvidarme de que había un mundo fuera. Un mundo que no me quería y que si me llamaba era solo para gritarme y darme menos de lo que yo intentaba dar.
La chica eran mis intentos de prender una cerilla y encenderla con la gasolina que goteaba de mi boca y del cubo en el que me habían intentado sonsacar las respuestas que yo no tenía. La chica era la oportunidad de tener la chispa que me bastaba para prender los libros y los cuadernos que tienen escritas mis caídas y mis éxitos y mis recuerdos. Sobre todo mis recuerdos.

El chico eran mis ganas de huir y correr y correr tanto que se me desgastase la suela de los zapatos y que cuando quisiese caminar hubiese perdido la costumbre y no supiese cómo estar quieta. Tener un viejo hábito en el que no quería volver a caer, primero porque no sabía. No sabía no estar alerta.
El chico eran mis intentos de pelear todas las tormentas en las que había llovido y no podía controlar el tiempo. Y solo podía mojarme y esperar a que el cielo se despejase, aunque el sol podía acabar quemándome también. O cegarme. Ya lo había hecho antes. El chico era el infortunio de todas esas veces en las que quise sacar bandera blanca pero no había viento para que nadie la viese. Nunca.

Veía el fuego y yo lo había provocado y no sabía la forma de apagarlo. Veía las olas y yo me había metido dentro y ahora no sabía salir.

¿Cómo me salvaba? ¿Cómo me salvaba a mí misma?



2 comentarios:

  1. Me encanta como has redactado la lucha interna. A veces me encantaría poder estar en dos sitios a la vez para satisfacer también a mis dos mitades. Aquella que me dice adelante, y la que me persuade para quedarme donde estoy.
    Un placer leerte :*

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Aw, muchas gracias a ti por pasarte por aquí y leerme *-*

      Un beso!

      Eliminar

¡Hola, fotógrafos! Cada comentario es fundamental para el blog, pero siempre sin intento de ofender o el uso de spam. ¡Gracias!